Aunque no fue de los primeros en levantarse, tampoco aguardó en el interior hasta que el sol se colocara en lo más alto, como había hecho los días anteriores, a pesar del calor infernal que se derramaba a esas horas sobre las tiendas del camping.
Lo ví caminar con ademán apresurado, inmerso en sus pensamientos, ensimismado en algún reto inmediato que irremediablemente tenía que superar de cara a los demás. Cuando descorría la cremallera de mi tienda, observé como se confundía entre los que, con pasos pesados, acudían en busca del agua fresca que lograra despejarlos de la noche anterior. Imaginé en esos momentos que él también abriría el grifo y, mientras el agua desaparecía por el desagüe, se contemplaría en el espejo durante unos segundos. A continuación, sin querer pensarlo demasiado, arremetería con el aseo matinal. Seguir leyendo