La escritura aljamiada ocupa un importante capítulo dentro del marco de las literaturas marginadas. Es una de las últimas manifestaciones de una cultura maltrecha, prohibida y tremendamente admirada a la vez por un poder dominante y fanatizado, en un período histórico en el que la intolerancia cristiana iniciaba, a través de un abierto rechazo hacia las comunidades étnico-religiosas con las que con mayor o menor acercamiento había convivido en otras épocas, un camino de ascendente crueldad que habría de desembocar más tarde en la mordaz y despiadada Inquisición, extraordinaria máquina represiva que sembró el terror y afectó esencialmente a las actividades más fundamentales durante largos siglos en la España de la época.
Hay que tener presente, que el brutal edicto de expulsión de los moriscos que Felipe III, presionado por el beato Rivera y el duque de Lerma, hizo cumplir sin demora en el año 1609, contaba con la casi unánime aprobación popular. La conjunción de pueblo, iglesia y poder real, empujó a esos españoles ya casi milenarios hacia un fatal destino, comparable al que tiempo atrás habían tenido que afrontar los judíos. Cervantes se hace eco de ese general deseo en “Los trabajos de Persiles y Segismunda” cuando, en un intento de dejar bien sentada su aparente incondicional adhesión al imperio y su acatamiento al ascendente poder religioso, posiblemente movido además por un deseo obsesivo de afianzarse en la tan necesaria pureza de sangre, pone en boca de uno de sus personajes, un renegado morisco, lo que sigue: “Digo, pues, que este mi abuelo dejó dicho que cerca de estos tiempos reinaría en España un Rey de la Casa de Austria, en cuyo ánimo cabría la dificultosa resurrección de desterrar los moriscos de ella, bien así como el que arroja de su seno la serpiente o bien como aparta la neguilla del trigo, o escarda, o arranca la mala yerba de los sembrados. Ven ya, oh venturoso mozo y Rey Prudente, y pon en ejecución el gallardo decreto”.
La lengua es la expresión máxima de los pueblos, la que es capaz de crear unos auténticos lazos que solo llegan a desaparecer con la total extinción de sus miembros, o bien a causa de una completa absorción, generalmente impuesta, por una nueva cultura. Tras la prohibición del uso de la lengua árabe en el año 1566, la capacidad expresiva de los sometidos fue mermando de manera considerable hasta quedar reducida únicamente a unos caracteres arábigos como soporte de textos con contenidos en lengua romance hispánica. En esta gran poda de las dimensiones del medio lingüístico del pueblo árabe, solo quedaron los signos que, como una extraña simbiosis en una etapa de acelerado auge del castellano, mantuvieron su enigma hasta finales del siglo XVIII. Hasta entonces, solo un grupo de maronitas, a cuya cabeza se encontraba Casiri, contratados por el gobierno para catalogar el material literario de El Escorial, se atrevieron a lanzar conjeturas que más tarde han sido puestas en evidencia por no corresponder con la realidad. Las conclusiones de esos estudios situaron los textos aljamiados en las más variadas ubicaciones. Se habló de literatura escrita en alguna lengua berberisca antigua, de obras de procedencia persa y hasta de combinaciones cabalísticas. Hubo que esperar hasta los estudios que, aunque no muy exhaustivos, realizó ya en el siglo XIX Estébanez Calderón, entre otros, para sacar a la luz conclusiones acertadas sobre la materia.
Los textos aljamiados tenían unos valores subversivos y testimoniales, sirviendo de nexo de unión entre todos los afectados por el insalvable problema racial. Sobre todo, es probable que los moriscos, amparados en la “taqyya” que los libraba de la apostasía, pretendiesen ocultar sus verdaderas creencias religiosas y, por otro lado, utilizasen la escritura aljamiada como punto de referencia común para mantener viva, en un deseo desesperado, la ya extinguida llama del Islam.
Aunque los orígenes son oscuros, se cree que fue el alfaquí Ice de Guevir, autor de un “Breviario”, quien dio origen a la escritura aljamiada, llena de arabismos y características dialécticas regionales que no han pasado al castellano, quedando únicamente como transcripciones fonéticas, en su mayor parte religiosas, del árabe. En las regiones aragonesa y castellana se han encontrado la mayor parte de los textos, desde los estrictamente literarios, en los que el verso y la prosa alcanzan gran importancia en algunos casos como en la “Historia de los amores de Paris y Vianna” o en “El libro de las batallas”, hasta epistolarios, testamentos, documentos notariales, versiones coránicas y, en general, todas las manifestaciones populares musulmanas que en su momento se recogieron por escrito.
Se dieron grandes concomitancias entre las obras literarias creadas por cristianos y los escritos moriscos. Como demostró Ramón Menéndez Pidal, la célebre obra teatral “El condenado por desconfiado”, cuya paternidad ha dado lugar a grandes polémicas, poniendo en juego la autoría de Tirso de Molina, guarda bastante relación con el “Poema de Yúsuf”. Este poema, perteneciente al Mester de Clerecía y de escasa calidad literaria, narra, siguiendo la versión coránica, la historia de José. Fue compuesto por un morisco aragonés en el siglo XIV. A pesar de haber sufrido bastantes transformaciones, la cuna de ambos escritos podemos encontrarla en el poema indio “Mahabharata”. En esta leyenda, en la que el protagonista es un cazador, se resalta la veneración que se debe a los padres, comportamiento que puede ser suficiente para alcanzar el cielo. En el “Poema de Yúsuf” ya no es un cazador, sino un carnicero, el personaje central, cambiándose además de manera bastante considerable parte del sentido argumental de la obra.
Como ya se destacó con anterioridad, “El libro de las batallas” es un material literario fundamental para buscar posibles influencias en los inicios de la épica castellana. La novela narra las expediciones guerreras en los primeros tiempos del Islam, colocando a Alí, el yerno de Mahoma, como héroe legendario. Ateniéndonos al magnífico estudio que Alvaro Galmés ha realizado de esta novela, habría que destacar las muy significativas relaciones entre la épica castellana y la árabe. Se da en ambas una gran similitud de temas y personajes, que aparecen por igual en las dos literaturas, y que influiría más tarde en el desarrollo de la épica francesa.
Otro de los textos importantes de la prosa aljamiada es la novela caballeresca “Historia de los amores de Paris y Viana”, obra fundamental para el estudio de esta modalidad literaria, que presenta como característica insólita el que la mayor parte de la acción transcurre dentro de un ambiente cristiano, forma poco usual en la épica, teniendo en cuenta que la predilección de emplazamientos para el desarrollo de los textos de imaginación en prosa preferidos por los musulmanes fue el que se situaba dentro de su ámbito cotidiano y conocido.
En general, el estudio de toda la producción aljamiada puede añadir bastante luz en el esclarecimiento de bastantes puntos que aún permanecen ocultos, durante una época de transición lingüística que va de los tiempos medievales a los modernos.
Antonio Miguel Abellán
Taller de creación/5-11-2007