Ya Voltaire en su tiempo gustaba deleitarse muy a menudo en sondeos que lo movían por los entresijos de lo divino y de lo humano. Y dentro de esto último, aunque entre lo uno y lo otro haya una estrecha conexión, dedicó algunas páginas de su obra a todo lo relacionado con la fisiología, a aquellos problemas que, por acompañar diariamente a los humanos, solo podían ser resueltos en un anodino y reducido lugar llamado excusado. Realmente, el retrete siempre ha guardado un especial parecido con las salas para el cultivo del espíritu, como llamaban los orientales a sus bibliotecas. En cualquier época, ambos lugares han llegado a ser determinantes en la vida de los que han dedicado su tiempo a regir los destinos de los hombres.


Como en el terreno de las necesidades fisiológicas no se ha avanzado nada desde el siglo XVIII, ni siquiera desde los albores de la humanidad, salvo en algunos nimios cambios meramente funcionales y decorativos, la actualidad de las palabras de este autor francés están vigentes hoy en día tanto como lo estuvieron en su época. Cuando, de forma novelada, se pregunta cual es el primer móvil de todas las acciones humanas, llega a la conclusión de que todo se mueve en íntima relación con el funcionamiento digestivo de los que ostentan el poder y, ante un dirigente estreñido, aconseja: Huid de él, y si fuere ministro de Estado, no le vayais con memoriales, porque todo papel lo mira como auxilio de que se quisiera valer para la antigua y abominable práctica de los europeos. Informaos con maña de su ayuda de cámara de si ha ido por la mañana su excelencia a su excusado.

Según esta tesis, todos los paises siempre han caminado por la historia, de una manera u otra, en función del mejor o peor estado intestinal de sus dirigentes. Innumerables atropellos históricos, grandes desastres y horribles matanzas que han hecho temblar al mundo y que cambiaron bruscamente el curso de la humanidad, se han debido, al menos con una parte importante de implicación, al estado intestinal en que se encontraban en esos momentos los dirigentes de turno en los paises correspondientes. Cuentan las crónicas infinidad de anécdotas al respecto que serían largas de enumerar aquí, pero que corroboran este hecho con bastante fuerza. Ya es hora de que comencemos a ser conscientes de la importante influencia y de la estrecha y determinante conexión que existe entre lo ingerido como alimento y el comportamiento posterior de cualquier índole, máxime si se trata de una personalidad relevante con suficiente poder para cambiar los destinos de un país. Posiblemente, una buena medida preventiva para la tranquilidad internacional en años próximos sería adjuntar a toda la parafernalia impresa que arrastra cualquier candidato a la presidencia de un gobierno, un informe médico donde se aclarase al ciudadano medio las capacidades digestivas del pretendiente al poder. De esa forma, evitaríamos muchos equívocos electorales y, por otro lado, sabríamos dejar con frecuencia al menos un resquicio de benevolencia ante los errores cometidos, a la hora de juzgar cualquier medida política. Siempre existiría la posibilidad de que una decisión ministerial desacertada estuviese íntimamente relacionada con el ágape que se ingirió la noche anterior o con la cena fría tomada en el despacho por motivos de trabajo.

Teniendo en cuenta este estado de cosas, y ya que un cambio fisiológico sería imposible de realizar mientras sigamos siendo humanos, lo único que cabe esperar es que algún día, ante la tendencia general al estreñimiento por parte de políticos y funcionarios de cualquier género, el ciudadano podrá exigir que, tanto en los pasillos ministeriales como en todos los ayuntamientos, además de en los abúlicos departamentos administrativos de cualquier índole, se pueda ver un pequeño cartel colocado en algún sitio visible de la puerta correspondiente, parecido a los que se ven en la cama de los hospitales a los pies de los enfermos. Allí se daría información al visitante sobre el estado intestinal en que se encuentra esa mañana, desde el jefe del despacho correspondiente hasta el sufrido conserje, que es quien primero recibe el embiste de los que acuden impacientes a fin de ver resuelta una gestión mil veces aplazada.

Antonio Miguel Abellán
Taller de creación/3-11-2007