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Retratos de un momento
Antonio Miguel Abellán
Prosa poética
2015

ISBN-13: 978-1522786405
ISBN-10: 1522786406

A la venta en Amazon

Papel

Digital

En un ejercicio de prosa poética, Antonio Miguel Abellán nos muestra en Retratos de un momento cómo los objetos cotidianos que nos rodean son partícipes directos de lo que acontece en el destino de los humanos. Con el paso del tiempo y sin darnos cuenta, transmitimos a las cosas tanto la felicidad como las desgracias, fruto de nuestras vivencias. A partir de ahí, los elementos que parecían inanimados adquieren hábitos y preocupaciones que los convierten en especiales e imprescindibles. Pululan a nuestro alrededor como observadores mudos, como testigos fieles de acontecimientos y experiencias, a la vez que se convierten en inseparables compañeros de camino.

Fragmento:

LA PINTURA

El temperamento del pintor despierta el ingenio dormido e imagina escenas de luces y sombras que colman al lapicero triste, que enaltecen al pincel dolido, ahogado en aguarrás y sedimentos, mientras los grises, verdes y siena esperan una mezcla armónica que los una de nuevo.

La montaña de aceite y color revolotea por la irregular paleta y un pincel que se mueve, cambiando el espacio, impregna su aliento sobre la tela, dispersando por ella un halo de luz y retirándose más tarde para volver a la carga al cabo de un momento.

Ya la mezcla lucha por salir, por lucir su tocado momentáneo. Es el inicio de una experiencia única, solo al alcance de receptivos seres que guardan en el bolsillo un prisma propio.

El viridian esgrime su espada de verde lamento y grita, buscando todo el espacio posible en la tela, porque cree merecerlo en el tema previsto. Pero no puede estar solo, necesita de otros colores que le apoyen, que le hagan sentir la importante labor que realiza en ese trozo pequeño y plano de madera, metal e hilos entrelazados.

Por las calles de la imaginación vuelan hechos, locuras, lamentos, risas, gritos, miedos, naturaleza, pasión, canción, amistad, ruegos, amor… Las manos del artista dibujan escenas que observan los hechos, que hacen brotar lo secreto y lo prohibido, que recargan con luces cegadoras los sentidos ocultos.

Las pinceladas se posan en la tela, le dan vida, retorciendo el vacío hasta acabar con él, destruyendo el metal, la madera, incluso la tela. Ya no es solo lienzo, es vida creada con vida, es tiempo creado con tiempo que lo acapara todo.

El artista ahonda hasta el fondo en la imaginación y modifica lo que huele a podrido y caduco. Todo lo inservible se aleja de él, hasta que lo cotidiano se sublima para convertirse en luz imperecedera.

Una forma opaca, otras, llenas de luz, de sombras. Ya va huyendo lo real, ya marca lo insondable una espiral mezcla de luces.

El pintor contempla ahora su obra y observa la armonía plasmada en la tela. Admira la belleza de una rama, de un clamor, de una tarde, del ocaso, del lamento de una flor ya marchita y de la magia que ilumina a la vida con solo llevarla al lienzo.

El artista vuela, porque caer en el silencio representaría su muerte. Él vuela, porque su camino no es dimensional, porque sus fuentes son profundas, porque en su interior no existe el tiempo, ni el espacio, ni el estiércol espumoso que apesta. Ella también vuela porque es sublime, porque es color, armonía, dulzura, porque es pintura.